She Read the Wrong Book

She Read the Wrong Book

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Arbol, el músico sevillano afincado en Barcelona, necesita poca presentación. A su pasado (ya lejano) en los seminales Sr. Chinarro y su militancia en el combo inglés Piano Magic, suma bandas sonoras para películas, instalaciones sonoras, colaboraciones con compañías de danza y su trabajo a cuatro manos con Fibla en el disco Bu san, aparecido en spa.RK\u002FEmilii hace un par de años. De ahí a publicar su nuevo disco con nosotros había un solo salto. Aunque no exento de reflexión: su nuevo trabajo provocó más de una acalorada discusión en los cuarteles sparkies (¿un disco con fuerte presencia vocal en spa.RK?), pero la dialéctica es una de nuestras debilidades y lo vimos claro: el disco más atrevido, maduro, especial y libre de prejuicios que nos podía entregar Arbol se acomodaba a la perfección en spa.RK. En el nuevo disco de Arbol, “She read the wrong book” (sp22cd), el uso de la voz es casi un tratado de cómo debería utilizarse la voz cuando no haces pop. Miguel Marín se rodea de vocalistas, cuerdas e invitados, para, de alguna forma, seguir la línea de sus anteriores trabajos -suena a Arbol, cómo no-. Pero no se duerme en los laureles, da un salto de gigante y se olvida de los esquemas que le han hecho famoso: no hay aquí eternos desarrollos de mares embravecidos (si acaso, algo de ello hay en “The sea”) ni abundan las piezas de minimalismo instrumental delicado. El salto de gigante es liberarse de las manidas fórmulas de la neoclásica y lanzarse de cabeza al abismo, empezando el disco de la forma más arriesgada posible (con un bombo 4x4 en “In this castle” y con la voz de Evagelia Maravelias), tocando la guitarra como si fuera un bajo en “My name is Pony”, utilizando la voz de Suzy Mangion como un instrumento más -aunque por momentos parezca un sampler-, como en “Mermaid”, para terminar con esa epopeya a lo Nico Muhly que es “Koen”, jugando con la voz de la japonesa Eri Makino. Un disco que nos atrapa: la voz está muy presente, alta y clara, pero sin utilizar esos viejos trucos de creador electrónico jugando al pop. Sara Fontán está ahí con su precioso violín, y Bjort Runarsdöttir le acompaña con el violonchelo, pero todo es tan sutil, tan velado, que por momentos el truco está en enseñar sin ser visto, en insinuar, en mostrar pequeños apuntes que forman un todo, desarrollando un enorme trabajo de instrumentación y arreglos, de capas e infinitos planos. Miguel Marín es un músico que ya no entiende de etiquetas, que se mueve entre las fronteras de los estilos y que imprime un sello tan personal a todo lo que toca que le hace estar a años luz de muchos creadores contemporáneos.